“La investigación rigurosa, el trabajo en archivos, las entrevistas, la búsqueda de fuentes y la visita a los escenarios de los hechos fueron elementos que Vargas Llosa integró también a su literatura”.
Por Facultad de Comunicación. 16 abril, 2025.Artículo escrito por Susana Montesinos (*)
Mario Vargas Llosa falleció el pasado 13 de abril en Lima, en su casa de Barranco, acompañado por Patricia, su compañera de toda la vida, sus tres hijos y seis nietos. Su partida, aunque esperada debido a la enfermedad que lo aquejaba y lo había ido apagando lentamente, ha dejado un enorme vacío en la literatura y el pensamiento contemporáneo.
Desde entonces, las palabras de cariño, gratitud y homenaje no han dejado de brotar entre quienes lo conocieron, lo leyeron o lo admiraron a lo largo de décadas. Hoy que ya no está entre nosotros, me gustaría recordar —más allá de su faceta de novelista universal— su estrecho vínculo con el periodismo. Fue este oficio, como él mismo repetía, el que le permitió mantener “un pie en la realidad”, mientras habitaba los mundos imaginarios que dio vida en novelas como Conversación en la Catedral (1969) o La guerra del fin del mundo (1981).
Según contaba, dedicaba los domingos a escribir su columna Piedra de Toque, publicada durante años en el diario El País. Esa rutina dominical fue para él no solo un ejercicio de reflexión, sino también una disciplina que mantuvo a lo largo de décadas.
El periodismo fue para Vargas Llosa una herramienta de lenguaje y una técnica de exploración. “La investigación rigurosa, el trabajo en archivos, las entrevistas, la búsqueda de fuentes y la visita a los escenarios de los hechos fueron elementos que Vargas Llosa integró también a su literatura”.
Estos métodos que nos valen del periodismo escrito, radial o audiovisual, me refiero a la prensa, han sido su columna vertebral a lo largo de su vida. Antes de publicar su primera novela, La ciudad de los perros, en el año 1963, nuestro Premio Nóbel ya contaba con varios años haciendo periodismo en ciudades como Lima y Piura.
El primer paso que dio dentro del periodismo fue gracias, de alguna manera, a su padre Ernesto Vargas, que a pesar de la mala relación que tuvieran, porque fue una figura ausente durante su infancia, le dio el empujón para entrar al diario La Crónica de Lima.
Vargas Llosa lo describe entusiasta en su libro autobiográfico El pez en el agua (1993). A sus 15 años ingresó a formar parte de la redacción del diario La Crónica en Lima, en donde se dedicaba a cubrir comisiones y escribir notas de prensa desde inauguraciones por parte de la embajada de Brasil hasta asaltos y muertes a mano armada.
Fue en ese medio de prensa ya desaparecido, que recibió sus primeras clases de periodismo moderno. Su entonces jefe de redacción, Gastón Aguirre Morales, lo sentó delante del escritorio y la máquina de escribir, le dio las primeras instrucciones elementales para un futuro periodista. “Había que comenzar la noticia con el hecho central, resumido en breves frases, y desarrollarlo en el resto de la información de manera escueta y objetiva”, relata Vargas Llosa en El pez en el agua.
La experiencia en La Crónica lo llevó a descubrir una Lima que resultaba invisible —o incómoda— para el mundo pacato y acomodado de Miraflores en aquella época. Ya había tenido una primera sacudida de realidad durante su paso por el colegio militar Leoncio Prado, donde, como cadete, comenzó a conocer un Perú diverso, complejo y muchas veces duro. En las calles de Lima, como joven reportero, se sumergió en esa otra ciudad: la de los delincuentes, las prostitutas, los bares de mala muerte, los márgenes. Ese universo urbano y sombrío sería luego el germen —la materia viva— de su obra maestra Conversación en la Catedral.
Después de su paso por La Crónica en Lima, el laureado escritor se mudó a Piura a estudiar el último año de secundaria en el Colegio San Miguel, que entonces estaba ubicado en la Plaza Merino, en el centro de la ciudad. No desestimó continuar su carrera periodística y literaria, contagiado quizás por el verano que pasó en el diario limeño. Trabajó en el ya extinto, pero no olvidado diario La Industria, en una época en la que necesitaba reflotarse, adquirir un tono nuevo, sobre todo ante la competencia de ese entonces que era el diario El Tiempo. El joven Vargas Llosa combinaba su trabajo como redactor en la sección locales e internacional —incluso firmó una columna de opinión con pseudónimo en el que escribía críticas o reseñas a libros— con sus estudios de último año de media.
Después de su paso por Piura, en años siguientes trabajaría en el diario El Comercio. Su primer artículo en el Decano de América apareció en 1956 bajo el título Rosarito se despide, una reseña literaria, más que columna, dedicada al entonces escritor Fernando Romero Rosarito, del que hoy se sabe poco. También incursionó en la radio, en Radio Panamericana, entonces una radio de noticias, que le sirvió también de experiencia para su novela La tía Julia y el Escribidor.
Aunque se le conozca principalmente como novelista y creador de ficciones, Mario Vargas Llosa dejó también un legado periodístico incuestionable. Sus primeros años en el oficio forjaron a un narrador que nunca dejó de perseguir las historias allí donde ocurrían, con los pies en el terreno y la mirada puesta en los hechos.
Trabajó en la Radio televisión francesa (ORTF) en los años sesenta, en París, entrevistando a grandes de la literatura, sobre todo a escritores latinoamericanos, al mismo Jorge Luis Borges, entre ellos. También, no olvidemos que exploró el mundo televisivo en un programa llamado Torre de Babel, en Panamericana Televisión, en Lima, en los principios de los años ochenta. Además, entrevistó al general Torrijos, estuvo en Cuba durante la crisis de los misiles en el año 1962, participó en el consejo de los sabios que interrogó a Margaret Tatcher, fue a Irak, a Gaza, el Congo como si fuera un periodista de guerra, cuando no lo era.
Cabe destacar su columna de opinión Piedra de Toque, que publicó quincenalmente durante varias décadas. Comenzó en la revista Caretas y, desde 1990, se consolidó en las páginas del diario El País, donde se mantuvo hasta finales de 2023, cuando decidió dejar la escritura periodística. En estas columnas abordó una amplia gama de temas: desde reflexiones personales y diarios íntimos, hasta análisis de política internacional, intercambios epistolares con escritores como Kenzaburo Ōe —Premio Nobel japonés—, perfiles literarios y homenajes a sus amigos, como Rosa Montero, a propósito de la publicación de La loca de la casa.
Piedra de Toque fue más que una columna: fue un espacio donde Vargas Llosa ejerció su libertad intelectual con lucidez, rigor y pasión. Allí se expresó con independencia, sin concesiones, incluso cuando sus opiniones provocaban controversia, reafirmando siempre su vocación por el pensamiento crítico y la defensa de la democracia.
Aunque el mundo lo recordará principalmente como un creador de ficciones monumentales, Mario Vargas Llosa fue también un periodista riguroso, inquisitivo, apasionado. Su legado en este campo es vasto: entrevistas memorables, reportajes desde zonas de conflicto, perfiles incisivos y esa mirada lúcida y ética que se plasmó en décadas de columnas como Piedra de Toque.
Su contacto con la realidad —a través del periodismo— lo formó, lo nutrió y lo sostuvo. Dejó como enseñanza el valor de la integridad intelectual, el compromiso con los hechos y el poder de la palabra como herramienta de cambio. Fue, sin duda, un hombre de su tiempo, un escritor total, cuya huella quedará para siempre grabada en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de leerlo y vivir sus mejores años.
(*) Susana Montesinos es periodista y escritora para revistas de Países Bajos, España y América del Sur sobre viajes y cultura general. Es docente universitaria de la Universidad de Maastricht. Egresó de Comunicación en el 2000 y hoy dirige un taller de periodismo narrativo para estudiantes de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la UDEP.